Érase, una vez, un niño que vivía en una aldea muy pobre.
Sus padres eran muy pobres y no podían darle mucho.
Aun así, el niño era muy feliz y siempre trataba de ayudar a los demás.
Un día, el niño fue a la ciudad y vio a un niño más pobre que él.
El niño estaba hambriento y el chico de la aldea le dio todo lo que tenía.
El niño de la ciudad le dio las gracias y le dijo que nunca olvidaría su acto de bondad.
Pasaron los años y el niño de la aldea se convirtió en un hombre.
Un día, el hombre fue a la ciudad porque necesitaba dinero para reparar el tejado.
Al llegar a una plaza se encontró con aquel niño de ciudad, al que un tiempo atrás ayudó.
Era ahora muy rico y se ofreció a ayudarle, pero el hombre de la aldea se negó a que le prestase dinero.
En cambio, le dijo que le diera un trabajo. Este aceptó y le dio un buen trabajo.
Al cabo de unos meses, el hombre de la aldea había ahorrado suficiente dinero y regresó para reparar el tejado.
Cada cual siguió con su vida, uno en la ciudad y otro en el campo.
Pero vínculo de amistad que mantuvieron después de aquello les acompaño hasta el final de sus vidas.
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